miércoles, 16 de julio de 2014

Mark Manders. Para saber, ver y leer


Durante la primera exposición individual en España de Mark Manders (Volkel, Países Bajos, 1968), pensé en aquello que Jean Genet escribió en el Objeto Invisible: “Las ideas que no sirven para nada deben ser protegidas y provocar el canto”. Y las obras de arte. Tal vez debería existir en el mundo algo así como una zona dedicada a obras de arte que no sirven para nada: solo para aquellas creaciones que poseen ese valor en alza en los últimos años. Valor que consiste en provocar la intranscendencia, la inmaterialidad, la fugacidad y la borrosa certeza de que en su contemplación se ha aprehendido algo. En palabras del artista: “Todos mis trabajos aparecen como si estuviesen recién acabados y hubiesen sido abandonados por la persona que los creó. No existe diferencia entre una obra hecha hace veinticuatro años o tan solo un día. Como las palabras en una enciclopedia, están ligadas entre ellas en un gran súper momento que se encuentra siempre unido al aquí y al ahora”. Mark Manders recrea el tiempo de la lectura, de la narración interior.
A lo largo de su trayectoria podemos ver que como artista es un escritor al que poco o nada le interesan las palabras que definen imágenes, sino las imágenes que cada espectador transforma de nuevo en creaciones visuales. Manders lo cuenta a raíz de un plano trazado en el suelo con instrumentos de dibujo que lleva por título “Self Portrait as a Building” (Autorretrato como edificio, 1986): a partir de aquella obra empezó a escribir un libro en forma de autorretrato con objetos. De ese modo, según Mark Manders, el espectador/lector y el artista/escritor crean un autorretrato suspendido entre ambos. Aquel plano que aún hoy en día revisita, fue su primera máquina de escribir.
Las obras de Manders se sitúan en el campo de la escultura y juegan con los materiales y las proporciones de los objetos para crear ensamblajes de grandes o pequeñas dimensiones. Podrían extraerse características comunes desde aquella primera obra de 1986, como los ejes de simetría distorsionados, la figuración animal, la distancia ahogada entre los objetos, el bronce pintado, las sillas, etc. pero no resultaría tan relevante como esa sensación de atrezzo seco, extraño, hierático. Parece que las obras fueran diseñadas por un escenógrafo sordo para una función de microteatro sin actores y sin narración posible que valga la pena ser dictada en voz alta. (ABC Cultural)


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