lunes, 28 de marzo de 2011

La voz del infierno. Pier Paolo Pasolini



En una ocasión le preguntan al director italiano si sus actores son masoquistas, a lo que responde: - Sí. Si los he escogido, es por eso. Cada director tiene sus actores fetiche y en este caso, aprehendemos a través de la Magnani, Franco Citti o de Ettore Garofolo, -el hijo de Mamma Roma-, tanto como lo haría un grafólogo de la firma original del cineasta y escritor Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922-Ostia, 1975). Los actores, sus palabras clave, portan el sello que Pasolini les imprimía al interpretar los complejos instintos que atraviesan las escenas.
El comienzo de su identidad como cineasta, lo marca el destino del personaje de Accattone: “non c’è via d’uscita, non c’è riscatto, non c’è salvezza” (No hay salida, ni rescate, ni salvación). Así lo expresa Marco A. Bazzocchi, especialista en su obra, su escritura y su cine. La voz de Pasolini. Primeros apuntes de un ensayista cinematográfico, forma el conjunto de obras expuestas en la Fundación Luis Seoane. Fotografías inéditas, manuscritos originales, esquemas, dibujos, grabaciones que rodean la filmografía de Pier Paolo Pasolini como primera figura teórica del Cine de poesía. Las fotografías del extrarradio fílmico de Mamma Roma muestran el modo de dirigir a sus actores, la manera en que rodaba “a partir de pequeñas mónadas figurativas”. Así es como definía Pasolini una escena. Una persona, un movimiento, un objeto, un camino, -en palabras del director- eran el material bruto que su cámara priorizaba, antes que la estructura narrativa de los acontecimientos. El museo se encuentra plagado de expresiones faciales devoradas por la necesidad de salir adelante: el rostro desfigurado de Anna Magnani, actriz dotada de una expresión destructora de sus facciones, o la imperturbable fisonomía exenta de contenido sicológico de Franco Citti, esa mirada de “maldad que provenía de la timidez”.
Apreciamos a través del registro sonoro de los diarios de trabajo de Mamma Roma, el comentario de Pasolini: “Mis películas consisten en una serie de encuadres brevísimos, en los que cada encuadre tiene un origen lírico-figurativo más que cinematográfico. Ahora bien, todos estos breves encuadres tienen, de una forma, digamos, poética -o casi fisiológica- su síntesis en esta imagen, en este rostro, en este primer plano de Franco Citti -en Accatone- que camina contra un fondo soleado”. Cada fotografía extraída del tiempo que rodeaba a sus películas, contiene la rabia de un exorcismo planeado: la capacidad de ciertos actores para asumir el personaje encontrado por Pasolini en el fondo de sus ojos.
El cine como herramienta de destrucción. Imágenes de potencias viscerales en blanco y negro, el instinto extra-cinematográfico de Pasolini al des-sicologizar toda escena y cargarla de monumentalidad e indeterminación hacia el rumbo de los acontecimientos. Las imágenes alumbradas por Pasolini en sus ensayos, poemas y películas, fueron atravesadas por un rasgo o estilema, el carácter constante de una belleza sádica. La desgracia nunca transformada en odio, el suplicio, las escenas como células vitales de corto alcance, cine y muerte. La cantata de fondo que rezuma en la exposición es la necesidad de muerte y dolor. La obra de Pasolini queda al descubierto, el director se decanta por la zona sombría y turbia del deseo no revelado. Porque la mezquindad es humana. Se cayó el cartel que Dante colgaba a la puerta del infierno, cuando lo arrancó la risa de Anna Magnani en el papel de Mamma Roma(ABC, El Cultural)

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