viernes, 4 de abril de 2008


Del vivir al sobrevivir





El Paraíso, espacio literario, cercado y sin ley, es una imagen puesta en escena por La Biblia; si la expulsión del Edén supuso para sus primeros habitantes entrar en el tiempo, es ahora cuando para abandonar toda duración se recurre a ellos. Lo desconocido para Adán y Eva se situaba fuera de las fronteras de su jardín delicioso; la incógnita para nosotros, desde el relato del Génesis, es la existencia de tal espacio, con el que también limitamos. Tal vez por ese motivo los artistas de esta muestra buscaron el contacto solitario con paisajes apartados, como si sólo a partir de determinadas zonas salvajes fuera posible elaborar una imagen inédita.
Caminar sobre las aguas. Guido van der Werve presenta una proyección en la que un hombre camina delante de un barco rompehielos. En un barco de guerra que navega por el río Putumayo, en Brasil, los marineros disparan al agua cuando Alberto Baraya estaba agazapado en el techo para filmar el golpe de las balas contra el río. En el límite de un acantilado, Eric Rosoman pasea grabando el suelo a sus pies y la superficie lejana donde las piedras van a despeñarse. Un túnel ferroviario cortando en dos una montaña absorbe una nube blanca de niebla; sin saber de dónde viene esa imagen algodonosa, Cyprien Gaillard la deja desvanecerse. En el vídeo de Mireya Masó aparece retratado un pingüino entre la niebla antártica; mueve la cabeza, y la misma niebla de nieve lo borra del plano. Guillem Bayo fija en su obra insectos enmarcados y estampados contra la luna delantera de un coche. Desde el aire, un foco de luz peina una selva nocturna, en la filmación de Rodney Graham. La cámara gira trescientos sesenta grados sobre el hombro de Eva Koch en la isla de Kunoy; a cierta altura aparecen niños tirándole piedras. Thiago Rocha Pitta filma una pintura en movimiento, un barco quemándose en una playa de Río de Janeiro, donde realmente encontró su fin un barco memorable, monumentalizado por William Turner, el Peace-Burial at Sea.
El museo no transforma la Naturaleza en un motivo de protesta social o querella ecológica; en cada obra escogida, lo llamativo es el ingenio desplegado en las fotografías, vídeos y performances para contener la vida sumergida de los lugares adonde viajaron. La exposición es también una muestra colectiva sobre la soledad de los reporteros, que devienen artistas al exponer un lugar creado bajo su mirada. Todos ellos recuerdan al personaje de Stalker, creado por Andrei Tarkovski -en inglés: el que azecha la caza-; el ojeador cuyo riesgo es buscar un lugar donde se hagan realidad los deseos, o un sitio desconocido, aunque los deseos nunca se cumplan. Del mismo modo ruedan los artistas que pueblan la exposición; al acecho, vigilan en qué espacio del mundo es posible construir una imagen misteriosa, reservada. «¿Qué fue? ¿La caída de un meteorito? ¿O una visita del Espacio Exterior? Como quiera que sea, apareció en nuestra pequeña tierra. Un milagro extraordinario: la ZONA».
Cabría pensar por qué a los lugares protegidos o en peligro de extinción se les relaciona con el paraíso, lugar amable, colorido y perfumado, donde el hombre perdió la ingenuidad a favor de la conciencia. También sería lícito imaginar los paraísos que sustituirán a los lugares desaparecidos, cuáles serán los medios de congelación del tiempo utilizados por exploradores y artistas. La imagen del paraíso fue creada a partir de palabras, la posibilidad es que las imágenes describan el camino por el que llegar a estrenarlo de nuevo. Se necesita para ello un gesto dramático -representar una tentación- y situar la escena en un lugar susceptible de convertirse en algo más; tal y como hizo Andrei Tarkovski en Stalker.
De la flora y la fauna. En el paraíso bíblico aun no existía la violencia, los animales no eran presas porque los seres humanos formaban parte integrante de la fauna y la flora: la frontera fijada para siempre con la expulsión del Paraíso es la diferencia entre un lugar donde vivir y otro en el que sobrevivir.
Los artistas proceden como un reptil, se introducen por la parte de atrás de la imagen. La serpiente no mordió a Eva; su técnica era más sutil: le ofreció la manzana y la expulsión se produjo sin su veneno, mediada por un fruto inmóvil. Ese ha sido uno de los aciertos en las obras expuestas, tomar como punto de partida para la creación el gesto de la despedida, y no el Paraíso como lugar iluminado de jazmín y lavanda. Las destrucciones latentes en las obras no son explícitas; los animales no están muertos, ni los edificios en ruinas; las flores no son el leitmotiv ingenuo de la idea de paraíso. El pingüino está tranquilo; los bloques de hielo que modela el calentamiento global son hermosos; el agua sucia desconoce su color parduzco. Paseando por la exposición, la Naturaleza logra su reconocimiento poético: la agresividad sostenida de un lago puede ser mayor que la de un fuerte oleaje. (ABC, El Cultural)

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